lunes, 12 de abril de 2010

Hernán Rivera Letelier gana el premio Alfaguara


Hernán Rivera Letelier gana el premio Alfaguara
El autor chileno narra en 'El arte de la resurrección' las peripecias de un iluminado en los remotos territorios de las salitreras chilenas
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 22/03/2010

Humor, surrealismo y tragedia en una geografía personal. Así es El arte de la resurrección, la novela con la que el escritor chileno Hernán Rivera Letelier acaba de ser galardonado con el Premio Alfaguara 2010 , dotado con 175.000 dólares (unos 129.279 euros) y una escultura de Martín Chirino.


"Trabajé en el desierto más cabrón del mundo"

Ambientada en el desierto chileno en la primera mitad del siglo XX, la novela narra las peripecias de un iluminado, Domingo Zárate Vera, conocido como el Cristo de Elqui, un vagabundo que se cree la reencarnación de Cristo y que desde los 33 años lleva 10 predicando por las tierras chilenas, se entera de que en una de las oficinas salitreras vive una prostituta que siente veneración por la Virgen del Carmen y a la que sus clientes consideran una verdadera creyente. Domingo, que ya ha tenido una serie de discípulas-amantes, va en busca de ella para convencerla de que le acompañe en su sagrada misión de advertir a las gentes de la inminente llegada del fin del mundo.

Crónica social y realismo mágico


En palabras del jurado, presidido por Manuel Vicent y compuesto por Soledad Puértolas, Gerardo Herrero, Juan Miguel Salvador, Juan Gabriel Vásquez y Juan González, El arte de la resurrección mezcla la crónica histórica y social con elementos del realismo mágico. Su fuerza está en sus personajes; sobre todo, en el Cristo que recuerda a otros de Valle Inclán, García Márquez o Vargas Llosa.

Hernán Rivera Letelier es autor de la novela La Reina Isabel cantaba rancheras, premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura en 1994, y es una de las obras literarias de más vasta difusión de la narrativa chilena reciente. El mismo Consejo premió dos años después Himno del ángel parado en una pata. A ambas le siguieron: Fatamorgana de amor con banda de música (1998); el libro de cuentos Donde mueren los valientes (1999); Los trenes se van al purgatorio (2000); Santa María de las flores negras (2002). Canción para caminar sobre las aguas (2004), Romance del duende que me escribe las novelas (2005), El fantasista (2006), Mi nombre es Malarrosa (2008) y La contadora de películas (2009). En 2001, Rivera Letelier fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.

Entre los ganadores del Premio Alfaguara de Novela hay autores como Eliseo Alberto, Sergio Ramírez, el propio Manuel Vicent, Clara Sánchez, Elena Poniatowska, Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo, Santiago Roncagliolo y Andrés Neuman.

Las apuestas literarias no consideraban a un chileno. Los periodistas argentinos que asistieron ayer a la mañana a la videoconferencia que se iba a emitir desde España, y en la cual se anunciaría al escritor que se adjudicaría el Premio Alfaguara de Novela 2010, mientras mordían unas empanadas de verduras o digerían un café, especulaban con el triunfo de un escritor español. Acordaron que, si el año pasado ganó Andrés Neuman, un argentino de nacimiento, esta vez, por la justicia silenciosa que rige estos concursos, un español se llevaría los 175 mil dólares y un año garantizado de éxito editorial. Pero al rato, por una pantalla, apareció la despejada cabeza del presidente del jurado, señor Manuel Vicent, quien puso la voz imponente de un notario del arte y notificó la sorpresa: “La novela ganadora se llama El arte de la resurrección y corresponde al escritor Hernán Rivera Letelier”. En la sede argentina de Alfaguara, un solo hombre, un periodista cortito, empuñó una mano y sonrió en un rincón. Era un chileno que festejaba que, por primera vez en la historia de este premio, que lleva trece ediciones, había ganado un compatriota. Había ganado un chileno o, más bien, había ganado un chilenísimo, un señor criado a golpes en el norte de Chile, en pleno desierto, en los márgenes de una pampa salitrera donde trabajó muchos años. Ganó, en suma, un ex minero del salitre, un hombre de casi sesenta años que se describe a sí mismo con dureza, pues dice que la cartografía de su vida se le pegó en la cara. El ganador del Premio Alfaguara dice que parece boxeador y que nunca jamás parecerá escritor. Ese hombre ganó y, al fin, la cultura chilena tuvo un día feliz.

“Esta novela es una gran pieza literaria que narra las andanzas de un iluminado Cristo de Elqui”, explicó Manuel Vicent. Dijo, además, que la novela posee un gran aliento narrativo, inventa una geografía personal y tiene humor dentro de la tragedia. La novela trata de Domingo Zárate Vera, un vagabundo que a principios del siglo pasado se apoderó de un delirio y, de pronto, sin un motivo verídico, proclamó que era Cristo, el Cristo de Elqui. Y, mientras este hombre vagaba por el desierto chileno predicando, se relaciona con una prostituta beata, Magdalena Mercado, quien al fornicar tapa con un terciopelo azul la imagen bendita de la virgen del Carmen.

Entonces, en Madrid, alguien avisó: “Tenemos a Hernán en el teléfono”. El premiado se puso al teléfono desde el norte de Chile y, por la paz interior que transmitía su voz, daba la impresión de que todos los lunes a Rivera Letelier lo despiertan para avisarle que ha ganado un premio. “Estoy feliz”, dijo con calma y luego lanzó una frase coherente con ese libro cuyo protagonista un Cristo: “El premio es un milagro”. Y ahí, este autor de doce novelas pampinas, siempre protagonizadas por el desierto, empezó a charlar. Dijo que Cristo, su Cristo, sí existió en Chile y que fascinaba a la gente con sus prédicas. Alguien le preguntó por la presencia de una puta y Rivera Letelier se encendió: “En Chile hay gente que dice que soy un escritor de putas. Siento mucha admiración por las putas. En todas mis novelas hay putas, putas de la pampa”. Le preguntaron por sus influencias y asumió a sus padres con ambición: “Soy hijo de los escritores del b oom. Mi sueño es lograr lo maravilloso de García Márquez, lo mágico de Rulfo, lo lúdico de Cortázar y la sabiduría de Borges”. Le dijeron: ¿qué es el desierto para usted? Y el escritor no dudó un instante: “Yo soy el desierto. Yo me crié en el desierto. El desierto me enseñó todo lo que sé”.

Y desde la ceremonia de Madrid otras voces intervinieron en la conversación. Santiago Roncagliolo pidió un micrófono: “Conozco tu trabajo, Hernán. Me encanta que hayas ganado”. Arturo Pérez-Reverte alzó su vozarrón: “No sé si te acuerdas de mí. Nos conocimos en Santiago, en un subterráneo”. Andrés Neuman entregó el consejo de un premiado: “No factures nunca el equipaje en las giras”. Y Juan Cruz, periodista, fue directo: “Tienes nombre de chileno. Enhorabuena”. Y todos coordinaron su felicidad y terminaron con un aplauso.

Ganó un chileno cuya verdadera patria es la pampa del norte. Un señor de rulos, hijo de evangélicos, sin estudios de ningún tipo, que se viste con un saco de cuero que lo cubre del viento del desierto y que les leía poemas a los mineros. Ganó un hombre que se educó solo, que terminó el colegio cuando era adulto y que todavía, con todos los halagos que ha recibido, no se considera un escritor. Ni ahora ni nunca. Él, simplemente, es un ex minero chileno que cuenta las historias que ocurren en el desierto.

Una infancia de pobreza, salitre y poesía

Hernán Rivera Letelier nació en Talca, en 1950, pero rápidamente emigró con su familia al norte chileno. Su infancia la vivió con pobreza en la oficina salitrera Algorta. Luego se radicó en Antofagasta y, con sus padres fallecidos, fue un niño que subsistió con cualquier empleo. Vendió diarios, fue mensajero de empresas mineras y, por años, trabajó en salitreras.

A la literatura ingresó por la poesía. Su primera publicación fue Poemas y pomadas (1988). Más tarde irrumpió en la narrativa chilena con La reina Isabel cantaba ranchera (1996).

Años después Rivera Letelier, caracterizado por un estilo barroco y el humor de sus personajes, consolidó su obra con novelas como Himno del ángel parado en una pata (1996) o El fantasista (2006), entre tantas otras que le han valido premios en Chile .
Fue nombrado Caballero de la Orden de las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia. Hoy está radicado en Antofagasta. Vive exclusivamente de la literatura, está casado y tiene cuatro hijos. Su gran pasión sigue siendo el desierto.

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1 comentario:

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